He dejado que ese pueblo me hiera,
he dejado que me duela como la tumba de un ser querido,
he permitido que pese sobre mí como la altura de sus monumentos
y el precio de sus esclavos.
He querido que me hiera su puño izquierdo
mientras el otro ondea la misma bandera que alcanzo a divisar en las prisiones vecinas.
He dejado que la furia de sus mares me amenace
y he soñado con sus muros de lluvia ácida
porque cuando soñar ha sido lo único que tengo, no he podido ser yo quien decida.
Hay en esta música que exhalo, algunas lágrimas que sus armas extrajeron,
hay un poco de sangre, y también algo de vida,
solamente algo de vida.
Hay cierto lamento
porque las tardes de hoy no son como las de otros años,
hay nostalgia por aquellos días
cuando éramos dignos de pronunciar la palabra mañana,
como la evocación de un tiempo sagrado
hoy inaudito.
Vi agrietarse la tierra y trazar líneas divisorias
que los cartógrafos han arrojado hacia una eternidad ficticia.
Vi pintar las palabras que usan los habitantes de esa ciudad antigua
con los mismos colores que hay en los rostros de la gente.
He visto cómo el día enfermó de remordimiento
por los restos que disparó hacia el futuro.
Vi cómo besaba unas manos muertas
y luego las devolvía a una vitrina donde otras bagatelas se hicieron cenizas.
Ahí también escuché un radio apagado
que disipaba su suerte en el sonido que algún retablo estranguló hasta el llanto.
Hay un alarido duplicado en el aire de esta tarde,
alguien ha robado palabras que los cielos vomitaron con una letra menos amenazante
y las ha tirado desde los techos de las casas;
otro ha puesto las manos en los ojos de las nubes
y colgó en la torre del reloj la transliteración a una lengua animal
de la hora incierta que ya todo el mundo conocía.
El mar se ha transportado hasta el inicio de la fila
y sus últimos pasajeros regresan con las manos extendidas
llevan cianuro envuelto en papel aluminio
para hacerse máscaras y pasar desapercibidos.
Dejé que asestara un martillazo sobre mi conciencia
la efigie del patriota,
permití que sus proyectos se blandieran como una hoz ardiente
que succiona el alma
y la escupe en el mismo lugar donde yacen las virtudes.
En fin, he dejado que ese pueblo me hiera
porque he querido pertenecer a él.
Hay un alarido duplicado… Y yo, después de leer esta obra de arte, no me siento tan sola! Gracias
Gracias a ti, Verónica, por compartir tus sentimientos. ¡Un abrazo!